Tarabini, Fulco y su coach Apey junto en Flushing Meadows 1987. |
Manhattan. Inconfundible. Única. El tiempo transcurre y sin embargo ella, fiel a su estilo, permanece incólume. ¡Tantas historias, tantas películas, tanta música! Ella se troquela entre el Hudson y Queens, pero también entre el Bronx, Brooklyn y State Island… más allá Mahwah. Geografía singular. Única. Incluso para nosotros, argentinos, a veces, desorientados de tan poca confiabilidad en aquello que nos hace propios.
El título no es casual. Los treinta y pico remiten a una etapa de la existencia que deja atrás todo un tiempo. Una etapa vital que acoge nuevas preguntas y nuevas enseñanzas. Tiempos que empiezan a discurrir de formas etéreas. Los Mayas decían: “Ellos (los conquistadores) tienen las horas, nosotros el tiempo”…
Y como apoderados del tiempo o de los tiempos, en plural, es que queremos rescatar perlitas que sólo él sabe otorgarnos. La “Big Apple” siempre fue tal pero hubo alguna vez ciertas argentinas que supieron cartografiarla de manera particular.
Aquel “Louis Armstrong” (que ya dejó de existir) dejó huellas imborrables, indelebles para algunas compatriotas, pero como el tiempo es “nuestro” lector/a el almanaque se relativiza. Lo contorneamos a nuestro encanto. Y allí, podemos cincelar aquello que solo ciertas manos pueden hacer. Que le pregunten a una duende tan encantadora como sensual, Gaby, o a esa emprendedora como la negra Suarez, pero no nos olvidemos de otras dos divas como Pato Tarabini y Bettina Fulco. De estas dos últimas trata este escrito, que intenta hacer justicia y recuperar del tiempo algunas perlitas que ellas tuvieron la ocasión de atesorar como, quizás, talismanes.
Aquel estadio, con este nombre tan propio, no deja más que remitir a melodías y encantos que susurran, aún, en nuestros oídos. Y como ávidos amantes de la música que somos, dejémonos llevar hacía donde ella nos indique…
Seamos justos con ella (la música) y con ellas, gladiadoras que tan bien han dejado plantada la historia de éste deporte que tanto amamos. Tanto Patricia (Pato de aquí en más) como Bettina se han dado el lujo de pincelar, con su estilo propio, mucho de su tenis en aquel estadio mítico en Nueva York. Hacía fines de los 80 y principios de los 90, ambas, cartografiaron el verde cemento del estadio citado frente a ese público tan singular como lo es el neoyorkino.
Empecemos, azarosamente, por la “muñeca mágica y endemoniable” de la inigualable Pato Tarabini… muy pocas eran las tenistas que con su estilo y carisma podían “robarles” hasta sonrisas a las rivales de turno. Y, quizás, si la estatua de la libertad lee estas líneas, no pueda más que esbozar otra sonrisa como solo Pato podía hacerlo en aquellos años.
Encumbradas rivales han quedado atónitas frente a tanto talento, maravilladas, y muchas han dicho cosas como estas: “La risa amenazó con descontrolar mi juego, ya que en el séptimo game del primer set me quebró el saque y se puso 40-0. Debí esforzarme para mantenerme seria y continuar logrando puntos hasta que logré el 6-2”.
Tentados de mantener el misterio acerca de quien pronunció dichas palabras, preferimos seguir tejiendo este escrito y develar la incógnita… Steffi Graf. Sí, la flameante número 1 del mundo de aquel entonces había quedado, a pesar de su frialdad, atónita por las cosas que Pato había “inventado” en el mismísimo estadio central por la tercera rueda, a pesar de su fácil victoria frente a ella (6-2, 6-0).
Hacíamos mención del tiempo y los almanaques y, parece, a Pato los años impares le sentaban muy bien.
Dos años más tarde, en 1989, se dio otro lujo. De nuevo en la central (Armstrong debería haber quedado embriagado a estas alturas) Pato enfrentó a la eterna e inigualable Sra. del tenis, Chris Evert; también por la tercera ronda. Pero con un aditamento particular…sería la victoria número 100 de la legendaria “dama del tenis” en el Us Open…
Lo que desplegó Pato en aquel match, es digno de guardarlo en cualquier dispositivo que la tecnología hoy nos ofrece. Magia, talento, brillo, acordes (nos susurra Louis al oído) desparpajo, indolencia, atrevimiento, eso que solo unos pocos pueden ofrecer. La gélida estadística dirá que fue un 6-2, 6-4 (tan helada como el idioma que se habla en aquellos lares). Perdernos en la secuencia de aquel partido nos alejaría de la línea argumental del presente escrito. Quizás, sí, rescatar que la gran dama del tenis, en aquel torneo, se despedía de las competencias oficiales. Quien le ganase, tendría entre sus palmares, el “honor” de haber sido su última vencedora. No pudo Pato, tampoco Seles en la rueda siguiente, sino la morena Zina Garrison la galardonada con semejante mérito.
Los años impares seguirían siendo los mejores aliados de Pato, por lo que 1991 no podía quedarse atrás. En aquella ocasión tuvo el honor de enfrentar, en primera rueda, a la leyenda del tenis, Martina Navratilova, que con su grandeza no podía quedarse atrás. En un partido sencillo para la norteamericana (6-2, 6-2) ambas brindaron un espectáculo digno para los elitistas de este deporte. Toques, voleas, drops shots y gran willies por parte de Pato iluminaron la gran manzana (debió ser en la ciudad luz, Paris, sin duda, pero fue en New York y uno, no sabe muy bien porque piensa, que aún le debe estar pasando factura por ello). El público no dejó de maravillarse y de tener más que justificada su entrada en aquella jornada nocturna en el Open.
Tres ocasiones en la central del “National Tennis Center” es un lujo que no muchas pudieron darse (a excepción de las grandes de este deporte). Vaya que merecido lo tiene y “Liberty” (La estatua) aún la debe estar añorando…
La otra protagonista de esta historia, con un estilo diferente, no dejó de secundar a la gran pato. Nos referimos a la incansable Bettina Fulco. Profesional y luchadora a la que la “Big Apple” le dio más que un disgusto. Disgusto en sentido relativo (como nuestro almanaque) ya que por tres años consecutivos (87, 88, 89) debió enfrentar en primera rueda a encumbradas rivales en la primera rueda. Eso, literalmente, en no tener suerte, sin embargo, ella salió como gladiadora a enfrentarse con ellas. Graf, Sabatini y Evert fueron escollos insuperables para Bettina y, sin embargo, eso no impidió que ella pudiese desplegarse y hacerse conocer para los que quieran.
Salvo en 1987, donde enfrentó a Graf en el “Grand Stand” (estadio contiguo al Louis Armstrong) jugó en la central.
Contra Steffi fue derrota digna por 6-0, 6-3 (con ventajas desperdiciadas en el segundo set) y el lujo de ser una de las primeras rivales a la que Graf enfrentaba como nueva número uno del mundo.
Por aquellos años, las torres gemelas contorneaban Manhattan de manera muy singular. Casi que podían divisarse desde cualquier coordenada. Y el Louis Armstrong no era la excepción. Desde lo alto de aquel mítico estadio, Manhattan lucía única, encandilaba. ¿Cómo harían los espectadores para concentrarse en el partido que allá abajo se jugaba? ¿Habrán registrado lo que Bettina desplego en aquel primer set contra Gaby en 1988 por la primera rueda? Seguro que, distraídos por el viento que había, las brisas los hicieron anoticiarse como esas dos bellas argentinas dirimían su lugar hacía la segunda rueda.
Bettina, sapiente como pocas, hizo de aquellas brisas sus aliadas. Evidentemente, habrá hecho algún contrato con ellas porque la ayudaron, y mucho, a mantener la paridad del score (4-3) para luego, perderse x Brooklyn y dejar sola a Fulco con semejante rival enfrente. La anécdota dirá que fue un 6-3, 6-0 a favor de Gaby, pero Bettina se iba con la frente alta luego de su primera visita a la “central”. No se sabe que sucedió luego de aquel match. Quizás, Fulco se haya “perdido” por Manhattan en busca de algo de jazz junto a sus compañeras fugaces, las brisas…
1989 la encontraría nuevamente frente a otra grande por la primera vuelta (si eso no es tener mala suerte díganme como se llama). Chris Evert la aguardaba para iniciar el último campeonato de su gloriosa carrera.
Las brisas en aquella ocasión se ausentaron, no así la lluvia. Que le dio un respiro para que Fulco, iniciado el match, pudiese terminarse de ambientarse al estadio, con todo lo que ello implica. Bettina cayó dignamente por 6-4, 6-2 planteando un sólido partido de fondo. El tema fue que quien estaba enfrente era la reina en eso terreno. Más no se podía pedir.
Como fuese, insistimos, no cualquier tenista puede darse el lujo de desplegar su estilo tantas veces en una cancha central de un torneo de Grand Slam. Pato y Bettina son dos de esas elegidas. Nueva York las ha acogido como a pocas. Y, probablemente, Armstrong, desde donde este, les haya dedicado, aunque más no sea, alguna de las maravillosas estrofas de “What a wonderful world…”
- Fotos y videos gentileza del autor del texto.