lunes, 15 de diciembre de 2014

París: “Tan cerca, tan lejos…”

Cuando el querido Diego, lector del sitio, me compartió este bello texto sobre París y las tenistas argentinas en Roland Garros, no sé bien por qué, pero inmediatamente pensé en el film "Medianoche en París", de Woody Allen. Como en el memorable largometraje, el autor recorre junto a las protagonistas distintas épocas del torneo, la ciudad, y un trofeo tan esquivo como deseado.


Gaby en Roland Garros, donde brilló muchas veces pero no logró alcanzar la final en mayores.

Por Diego García

El Sena, zigzagueante, me traslada por toda su rivera. Se desliza sutilmente para trasladarme por toda la magnificencia de la ciudad luz. Por momentos, mansamente, en otras ocasiones bajo un caudal apresurado, veloz. A sus lados, los márgenes se cartografían y pueden llevarnos hasta el Bois de Boulogne, sí, allá, en la “banlieue “(las afueras) de París. 

Mientras el cielo pareciera esfumarse en La Seine en una multiplicidad de colores pasteles, el tiempo comienza a enredarse por la rivera y mágicamente se pincela la década del '70. ¿Imaginan París por aquellos años? Para ser específicos (difícil misión en una ciudad como ésta): el año 1974.

Por allí, susurra el Sena al día de hoy, se movía y desplazaba, elegantemente, una argentina muy singular. Su nombre: Raquel Giscafré. Ella recorría el circuito internacional haciendo gala de sus dotes tenísticas y viviendo la vida de forma muy “Parisien”: “A mí con tres pilchas, una raqueta y la libertad de elegir adónde ir, me basta para ser feliz…” o, quizás, no tan “Parisien”, Usted decidirá lector. 

Aquel año encontró a Raquel muy bien afirmada en su juego lo que trajo como resultado su llegada a las semifinales de Roland Garros. París había quedado encandilado por aquella argentina, la primera en arribar a esa instancia en el cuadro femenino. Sólo pudo detener su ascendente marcha la soviética Olga Morozova por 6-3, 6-2, quien luego perdería la final con la mítica Chris Evert. Ya empezaba a delinearse, tal vez, lo “lejos” que quedaría para las futuras tenistas argentinas, alcanzar el segundo sábado del tradicional torneo parisino, al menos en singles

Raquel, probablemente, luego de aquel partido se haya dejado “perder” por la ciudad para escuchar algo de Jazz, degustar una deliciosa copa de vino francés o, quizás, detenerse en la noche junto al Sena para observar como las luces se desvanecen sobre él y juegan a formar una multiplicidad infinita de circunferencias irregulares que el oleaje del Sena transpola al alma de cada visitante que se quiera dejar deslizar por allí. 

Serían necesarios que transcurriesen diez años para que París volviese a encandilarse con otra argentina, Gabriela Sabatini, tal vez, como nunca antes le haya sucedido. Quien vendría o llegaría para “conquistarla” llevaba grabados en esos bellos ojos negros y piel cetrina mucho de lo que propone y despierta París. Elegancia, bohemia, misterio, dulzura, nostalgia, aromas y, por sobre todo, la simpleza de una artista, porque lo que salía de su maravillosa muñeca eran “pinceladas” digna de cualquiera de aquellos artistas que habitan en la “Butte de Montmartre”. ¿Qué mejor sitio para un artista que la cuna misma del arte?

El diario parisino L´Equipe llego a decir de ella cuando obtuvo la categoría junior del torneo en 1984: “Es como un gorrión que vuela sobre la cancha, haciéndolo todo con facilidad y alegría…”

Desde aquel entonces, París y todos los parisinos no dejarían de esperarla todas “les printemps” (las primaveras) para deleitarse con su magia, con esa alma que fluía de forma muy singular en cada rincón de la ciudad luz. Durante once años consecutivos, parafraseando a Hemingway, “París era una fiesta”. 

El talento de Sabatini no dejaría de imprimirle a la ciudad y al torneo, ese toque de glamour tan típico, también, de aquel sitio en el mundo.

Once fueron sus visitas al prestigioso torneo francés, de las cuales en cinco oportunidades arribo a las semifinales. Demasiadas para no haber estado, aunque sea una vez, en el último sábado del certamen. Evert, Graf y Seles fueron una valla infranqueable para Gaby que, tal vez, solía “distraerse” más de lo habitual en París.

Raquel, Paola y Clarisa tuvieron sus mejores Grand Slams en el Abierto francés. 

En dos oportunidades tuvo chances claras de llegar al encuentro decisivo. Una en 1987. Llegaba a Roland Garros entonada por su reciente primera victoria ante la número uno de aquel entonces, Martina Navratilova, en Roma. Se enfrentó con su compañera de dobles y de generación, Steffi Graf y la misma le ganaría un gran partido cuyo marcador final sería: 6-4, 4-6, 7-5. Pero Gaby llego a estar 5-3 arriba en el último set y sacando 15-0. (¡A solo tres puntos!) ¡Ay París, ay París!

Sus chances, como El Sena, fluirían incansablemente una y otra vez, como aquella otra, en el año 1992 contra la número uno del momento: Mónica Seles. Nuevamente la ciudad luz la aguardaba expectante, venía de derrotar a la misma rival en la final de Roma, dándole una lección de estilo y brillo, pero París coquetearía con ella y la gloria para luego dejarla sin nada en sus manos. Aquella semifinal quedaría en poder Seles por 6-3, 4-6, 6-4, habiendo estado Gabriela 4-2 arriba y su servicio en el último set. ¡Ay París, ay París!

En sus otras tres semifinales (1985, 1988 y 1991) no tendría oportunidades tan claras como las dos anteriores, aunque en la de 1991 contra Seles también, si ganaba aquel match, hubiese alcanzado el tan ansiado número uno. “Tan cerca, tan lejos…”

Evidentemente Gaby se “perdía” en aquella mítica ciudad. ¿Por dónde se extraviaría? ¿En el “Quartier latin”? ¿En Sacre Coeur? ¿En Notre Dame? ¿Habría querido reencontrase con los personajes de Rayuela, Oliveira y la Maga, en el pont des arts? Vaya uno a saber.

Sin embargo, los parisinos no dejaron de acompañarla nunca. Era la favorita (como en casi todos los rincones del mundo donde jugaba) Ellos, quizás, se veían reflejados en ella. Una artista con la raqueta no podía tener otro sitio para crear que no fuese París.

Nuevamente debieron pasar casi diez para que Roland Garros volviese a encontrar entre sus semifinalistas femeninas a otra argentina. Mientras Giscafré lo miraba, seguramente, por TV desde la ciudad de San Diego y Sabatini se daba el lujo, ahora sí, de perderse por donde desease en Paris, sin presión alguna, una espigada y delgada Clarisa Fernández asombraba a propios y extraños. Emergiendo de alguna sala olvidada del Louvre o del Musee d´orsay o, tal vez, desde la “sommet” de la Tour Eiffel produjo una actuación descollante que dejo a los parisinos añorando viejos tiempos. 

En una actuación realmente espectacular, Clarisa logro arribar a las semifinales del abierto francés dejando en el camino, entre otras, a la belga Kim Clijters, a la rusa Dementieva y a su compatriota Paola Suarez en cuartos de final.

Séptima semifinal en el prestigioso torneo francés para las tenistas argentinas en single y, una vez más, una barrera infranqueable para ellas. En esta ocasión Venus Williams aguardaba del otro lado de la red y sería la encargada de frenar a Fernández por un digno 6-1, 6-4. “Tan cerca, tan lejos…”

Sin embargo, aquella semifinal del 2002 quedará como un hito en la carrera de Clarisa quien, seguramente, habrá quedado seducida y envuelta en esas brisas tan típicas a la orilla del Sena durante la primavera parisina.

Así este relato comienza a “extraviarse” en algún rincón parisino, a extinguirse, no sin antes dar cuenta de una nueva semifinal por otra argentina: La "Negra" Suarez o "Poli", como prefieran.

2004 la encontró entonada con el “boom” argentino de aquel año en Roland Garros (3 semifinalistas argentinos entre los caballeros) y ella no quiso quedarse atrás, produciendo su mejor actuación en Grand Slam en singles que le permitió acceder, por primera vez, al selecto grupo de las top ten. 

Paola logró vencer, entre otras, a la rusa Sharapova en cuartos de final para acceder a la semifinal contra otra jugadora proveniente de Rusia, Elena Dementieva.

La “Negra” cumplió una digna performance, sobre todo en segundo set donde pudo poner en aprietos a la rusa. Finalmente caería por 6-0, 7-5. Y el derrotero del torneo parisino marcaría una octava semifinal para las tenistas argentinas. ¡Ay París, ay París!

Sin embargo, sería injusto no citar otras argentinas que también desplegaron su tenis en el Bois de Boulogne con muy buenos resultados como Ivanna Madruga, Inés Gorrochategui o Bettina Fulco, todas ellas cuartofinalistas en el certamen francés. También estuvieron cerca, también lejos…

La copa Suzanne Lenglen, ese bello trofeo que reciben las campeonas de Roland Garros, aún aguarda por alguna argentina que se impulse para atesorarla en sus manos. 

Así mientras el Sena no deja de fluir y desvanecerse en ese cielo tan “cortaziano”, uno se pregunta si las tenistas argentinas, jugando a la rayuela se han extraviado intentando despegarse de la tierra para alcanzar el cielo en sus manos. En realidad es lo de menos, lo importante es tener la posibilidad de jugar y pensar, como Humphrey Bogart le decía a Ingrid Bergman en Casablanca: “Siempre, tendremos París…”


  • Fuentes Bibliográficas: Diarios Página 12, Clarín, La Nación. Revistas El Gráfico, Tie-Break, Sólo Tenis. 
  • Fotos: Archivo Personal Revista El Gráfico, Corbis, Getty Images, cuadro de Vincent Van Gogh: "La noche estrellada".
  • Photoshop: Lucas Koiranikos, especial para Tenistas Argentinas, inspirado en el film "Medianoche en París" (Woody Allen, 2011)


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