Mariana, con vendaje en la rodilla fracturada, derrotó a Mascarin en París. |
Roland Garros 1988 es un torneo indeleble en la carrera de Mariana Pérez-Roldán. Aquella edición del Grand Slam francés marcó, de alguna forma, la conclusión de su campaña profesional en ascenso aunque también fue la confirmación de la capacidad de lucha de la tandilense. Con la rodilla rota durante más de un set, una jovencísima Mariana de 20 años logró imponerse en la primera ronda del certamen antes de ser diagnosticada con fractura y desplazamiento de rótula. Una proeza deportiva admirable que la ex 51ª del ránking WTA comparte con Tenistas Argentinas:
"Durante la pretemporada de alto rendimiento que realizamos en Tandil en la Academia dirigida por mi padre Raúl en el mes de Febrero previa a la gira europea, mi rodilla no presentó ninguna molestia. A finales de la temporada anterior hubo un periodo de tiempo que me venía molestando con inflamación y dolor pero en las consultas traumatológicas y fisioterapéuticas y con homeópatas y deportólogos no descubrieron el problema, simplemente recomendaban una buena preparación física, fortalecimiento de los músculos que rodeaban la rodilla y seguir adelante...", recuerda Mariana, quien en 1986 había disputado la final del WTA de Bregenz, Austria, como mejor actuación en el circuito. Y continúa:
"A medida que pasaban las semanas de competencia en Europa los resultados acompañaban, entonces el uso del trainer después de cada partido era más intenso. Cuando mi ranking venía en alza, mejor dicho, adquiría una mejor posición en WTA, el dolor y molestia también iban en aumento y la ventaja que brindaba era superior, ya que físicamente yo necesitaba de mi cuerpo entero porque no tenía ni talento, ni potencia, ni altura. Por suerte contaba con voluntad, mucho trabajo, estrategia, y amor propio.
Llegada las semanas anteriores a Roland Garros, sentía mejor que nunca mi tenis y mis resultados. Le había ganado a Mary Joe Fernández (20ª del ránking) y a Catarina Lindqvist (25ª) en Ginebra, torneo previo a París, y en las semifinales contra Lori McNeil la rodilla era una pelota número 5 de fútbol. En ese momento decidimos con el equipo de trabajo dar walkover y pedir jugar el martes Roland Garros para poder recuperarme.
Se dieron las condiciones y entonces una vez en París los médicos de la Federación francesa me revisan y me recomiendan una infiltración para sacar la inflamación, a la cual accedemos para poder participar de tremendo evento como lo es Roland Garros. Primera ronda del sorteo me toca Susan Mascarin (135ª), americana, en polvo de ladrillo, eso nos ayuda a tomar la decisión de infiltrarme, y entro a la cancha con todas las esperanzas ya que en dos días la mejora era muy notoria", explica Pérez-Roldán, campeona de dobles juvenil del Abierto francés 1985 junto a Patricia Tarabini y que llegaba a Francia ubicada en la posición 55ª del ránking gracias a sus semifinales previas en Suiza y también en Barcelona.
Triunfo y hazaña
"El primer set arriba por 7-6 (2) y con un vendaje que cubría la totalidad de la rodilla hacía que la seguridad para moverme fuera diferente que la semana anterior. Durante el segundo set, 4-4 y mi saque, en un determinado desplazamiento rápido hacia adelante sentí un fuerte dolor y un ruido tremendo en mi rodilla que hizo que fuera hasta mi banco e intente sacarme la venda. Entre la adrenalina y lo poco que faltaba para terminar el partido decidí seguir jugando pero perdí ese set 6-4 y ya el dolor había aumentado", relata.
"Sin embargo, descubrí que poniéndome hielo en los cambios de lados podía seguir jugando al menos tres o cuatro puntos por game y el resto me lanzaba. Desde afuera sentía el apoyo de muchos argentinos, el coaching de mi padre y fuerzas del equipo, que, sumado a mi ganas de seguir luchándola, hicieron que continuara jugando como pude. Así terminé ganando el match 6-4 en el tercero, pero cuando salí de la cancha y me detuve dos minutos a contar mi sensación, incluso a periodistas presentes en ese momento, ya no pude volver a pisar. Me tuvieron que llevar a la clínica la organización del torneo y WTA y se confirmó una fractura de la rótula y desplazamiento de la misma. Por supuesto, fue el asombro de todos, inclusive el propio, porque era muy grave la lesión para no haber tenido trauma, caída ni golpe. Siguieron el retiro del torneo, y del circuito.
Después de una serie de operaciones, tratamientos, esfuerzos, bajones psicológicos y asumir el retiro, tuve una nueva intención de volver al circuito en 1991 con el ranking protegido pero ya mi físico no era el mismo. Siempre mantuve el miedo de volverme a lesionar, el apoyo ya no fue el mismo y las condiciones también hicieron que la decisión de abandonar el barco antes de zarpar fuera una 'obligación'", cierra la protagonista y agrega:
"Nunca supe, ni intenté saber tampoco, si durante todos los años que participé del circuito tuve una cobertura social que cubriera mi retiro obligatorio, por lesión y dentro de un campo de juego, ya que mi carrera siempre estuvo manejada por mi padre dentro y fuera de la cancha. Hoy me arrepiento de no haber sido más curiosa y menos confiada por temas personales en su momento, pero el retiro de una profesión a tan temprana edad y sin apoyo de ningún tipo hizo que empezar de cero con mi vida personal sea más duro y difícil después de haber puesto tanto empeño y dedicación a dicha actividad".
El relato de Mariana no conmueve solamente por su temperamento y determinación sino que también, de algún modo, nos hace recordar las vicisitudes físicas de otras grandes raquetas femeninas nacionales que vieron afectado su potencial por diversas lesiones: Inés Gorrochategui, Clarisa Fernández o actualmente Paula Ormaechea, por mencionar algunas. A este malestar, a este padecimiento, Mariana Pérez-Roldán lo enfrentó con coraje y valentía para transformar en aquella jornada en París, y aunque sea por un instante, el dolor en triunfo.
- Agradecemos a Mariana por su testimonio e interés por participar en la nota.
- Fotos gentileza Mariana Pérez-Roldán, Diego García y Archivo personal Revista El Gráfico.