Una doble extrañeza provocó, en lo personal, la noticia de la baja de Gisela Dulko en el torneo de Acapulco. Por un lado, me resulta muy raro pensar a Gisela fuera de las mejores 100 tenistas del mundo, no tanto por hábito, sino más bien porque su talento no merece ese lugar. Al mismo tiempo, tampoco es sencillo acostumbrarse a la idea de que la tigrense, después de tantos años representándonos casi con exclusividad en los torneos más grandes del mundo, ya no será la mejor tenista de nuestro país.
No descubro nada al decir que Dulko es una de las grandes del tenis nacional, del deporte argentino. Pero en varias ocasiones, muchos lo olvidan. Dejan de lado el liderazgo indiscutido que ella tuvo durante años en el tenis femenino local: las temporadas que finalizó entre las 50 mejores tenistas del mundo en singles, sus resonantes victorias ante top 10, el campeonato de dobles del Australian Open, el número uno en la especialidad, entre muchos otros logros más. Lo dejan de lado, digo, y critican, se ensañan, desmerecen y descalifican a ella y a su equipo.
Que se entienda: fueron más de 6 años en los que Gisela supo ser nuestra mejor jugadora, muchas veces la única representante nacional en los certámenes de Grand Slam, torneos en los que no sólo se conformó con participar, sino que obtuvo victorias ante jugadoras históricas como Sharapova o Stosur, y en los estadios principales.
Dulko es enorme. Tiene un tenis vistoso, agresivo, busca la red, hace "toques". Tampoco revelo gran cosa al decir que su juego, en su máxima expresión, es del nivel de una de las mejores 30 tenistas del mundo, lugar que ya ha ocupado en numerosas oportunidades.
¿Cómo no agradecerle por todo lo hecho por el tenis femenino argentino? Que se haya plantado sola en la elite los últimos años, dándonos tantas alegrías.
Su presente, creo, más que con una baja de nivel, falta de motivación o necesidad de cambio de equipo, como muchos "expertos" sostienen, tiene que ver con diversas circunstancias desfavorables que la atravesaron en el último tiempo, impidiéndole competir con normalidad: el desgarro en el izquiotibial durante un Roland Garros en el que había hecho octavos de final, la lesión en la espalda que afectó su pretemporada, la concentración de puntos por defender justo a comienzos de año, y ni hablar del último escollo al tener que abandonar un torneo donde defendía el título.
Voy a sostener, a riesgo de ganarme antipatías, que a Gisela hay que respetarla, apoyarla, agradecerle y admirarla. Y que seguramente pronto recuperará el lugar que aún le corresponde en el listado internacional. Quien la critique en este, su momento más vulnerable, será un sujeto mediocre, trivial. Quizás el mismo que años atrás, paradójicamente, festejó y se conmovió con todos sus triunfos.
Fotos: Reuters y AFP/Getty Images